“El vacío que ha dejado no se puede llenar sino con lágrimas”.
A nuestro excelente amigo, el Dr. Marino Rivera, quien reposa como bienaventurado en los gloriosos predios de la eternidad, puede decírsele esta frase que el gran Cecilio Acosta le dijera, en momentos como este, a su maestro y ductor, el Doctor Mariano Fernández Fortique. Si, sentimos el vacío profundo del hombre, del amigo, del hijo, del esposo, del padre, del médico, del maestro, del ciudadano, del trabajador. Y como en la dolorosa hora del infortunio, lo dijera Cecilio Acosta, solo las lágrimas pueden llenar semejante vacío. Alguna vez el sueño de nuestra vana esperanza, nos hizo pensar en la ilusión de tener a nuestros seres queridos para siempre. Que aquellos hombres buenos, que aquellas mujeres buenas de nuestro pueblo tuvieran una vida tan larga, que pareciera sin fin. Almas así, con la maravillosa magia de hacedores del bien las quisiéramos tener para siempre. Por eso, tanto las sentimos, cuando la impiedosa parca, se las lleva de nuestro lado y con ellas nos vuelve pedazos a nuestro pobre corazón. Con la muerte de este amigo sincero, nuestras pupilas se han humedecido con abundantes lágrimas de dolor, y nuestro lacerado corazón, solo emite latidos de pesaroso sentimiento.
Cuantas viejas amistades supo Marino cultivar desde los años de la infancia. De aquellos lejanos días de las calles empedradas, de las casas de teja y de las paredes almagradas, vino nuestra sincera amistad, rayana en familiaridad. Habitábamos en sendas casas, separadas por cercas de cañabrava, pero unidas por la confianza, el respeto y la armonía de aquellos felices días antiguos cuando en las familias reinaban verdaderos sentimientos de amor, concordia, comprensión y paz. Esta amistad digna y respetuosa, este enlace de amor fraternal entre dos familias con similares necesidades de subsistencia, sentó armónicamente las bases para considerarnos siempre amigos a través del tiempo. Basado en esta conservada amistad y fraternidad, el Ingeniero José Manuel Rivera, hermano del esclarecido personaje de quien hacemos memoria esta noche, me encomendó pronunciar estas palabras. Y lo pidió en nombre de sus hermanos Miguel Alberto, María Elena y Aura María Rivera y demás familiares (sobrinos y primos). Constituye honor para mí, despedir en nombre de un pueblo agradecido, a tan magnífico servidor de la gente. Es, al mismo tiempo, triste decir adiós al excelente amigo de los años infantiles.
Honorable familia del Doctor Marino. Dignísimos amigos de este ilustre difunto. Hay una sentencia que la escribe el excelentísimo Monseñor Dr. Arturo Celestino Álvarez en sus cartas pastorales. Ella expresa: “El hombre nació para trabajar, como el ave para volar”. El precioso don de la vida que Dios le dio al Dr. Marino, lo utilizó en el trabajo constante de un servicio permanente al prójimo, de modo singular a la mujer en la gestación y a la madre en el difícil momento del parto. Todas las horas eran buenas para dar testimonio de su dedicación y vocación por el trabajo. Era como un ángel en permanente vigilia. La noche lo encontraba como insomne centinela. Con la sonrisa del buen galeno, saludaba los largos y aburridos minutos nocturnales. El sacrificio lo hacía por amor al trabajo, por amor a la parturienta, por amor a la madre, por a mor al niño.
Esta vida utilizada en favor del prójimo, fue también una vida consagrada al servicio de Dios. Y fue así, porque Marino en su profesión practicó la caridad. Y en esta forma cristiana de amar de verdad al semejante, amó asimismo al autor del Amor, que es Dios.
¿No es, en verdad, sentir la vocación y el amor al prójimo, cuando para cumplir a cabalidad con su deber de obstetra, dormía en en humilde cama en la propia Maternidad de Táriba?. ¿No es también caridad, cuando en noches lluviosas venían del campo parturientas embarradas que eran atendidas gracias a sus órdenes?. Ahí brillaba con esplendidez el sentimiento humanitario de un hombre, todo caridad para los demás.
Dijimos que esa amistad se había cultivado con raíces que venían de lejos. Hace 25 años, en sus Bodas de Plata Profesionales, anotamos en folleto de ocho páginas, algunos aspectos del día de de su graduación, de su familia, de su profesión. En este tiempo, junto con mi esposa e hijos, escribimos que nuestros sentimientos son:
Para el médico, sapiente servidor, en los críticos momentos de la incertidumbre. Para quien sabe compartir la preocupación en los instantes difíciles. Para quien ayuda, con luz y sabiduría, a hacer que la vida siga en vida. Para la gentileza del amigo, la sapiencia del galeno y la virtud del hombre. Para que llegue al al ángel en vigilia nuestra gratitud y la gratitud de otros. Para que su felicidad sea la de su mamá, también la de su esposa e hijos, de sus familiares y de sus amigos. Para que sienta a su lado el cariño sincero de los que saben apreciarlo. Para que Dios, Amo de todas las cosas, le conserve siempre la salud y el coraje para que siga sirviendo a su pueblo. Estos sentimientos formaban parte del pensamiento colectivo, respecto a un hijo del pueblo, inteligente y capaz, que desde su cuna humilde se había encumbrado, siempre con sencillez, hacia la cima de los nuevos valores donde se honraba la memoria histórica y cultural de destacados ciudadanos del glorioso pretérito taribense. Tuvimos el honor de haber sido honrados todos su coterráneos, a través de la útil existencia de un hombre que pudo servir a su pueblo desde su extraordinaria obra, diversificada en facetas como: educador ad honorem, médico ginecólogo y obstetra, servidor público en el antiguo Concejo Municipal del Distrito Cárdenas, expositor de trabajos científicos, ganadero, administrador.
En cada una de estas facetas dejó valiosísimos aportes de su propio corazón, porque todo lo hacía con la maravillosa virtud de la eficacia para el servicio provechoso a los seres humanos. En este sentido, Marino fue el padre providente que velaba en la hora triunfal, o9 en la menguada, por la felicidad y el bienestar de todos. Habiéndolo conocido en su dimensión humana, como ya dijimos, puedo decir, sin vano elogio,. En este sagrado recinto de
Este Pedro Marino, el de la caridad ambulante, dio ejemplos como apóstol hecho de amor. A nadie dejó con esperanzas frustradas. A ninguna persona dejó con la mano tendida, ninguna petición se quedó sin respuesta. Ejemplos y testigos de su humanitario proceder, son incontables. Cuando la madre y su criatura no tenían como regresar a su hogar, el bolsillo de Marino se abría para la dádiva oportuna. Lo mismo para compra de medicinas y de cosas de urgente necesidad. No podía actuar de otra manera, quien por propia voluntad había tomado para sí el importante cargo de Ángel Tutelar de
Terminemos diciendo que este sincero amigo de toda la vida, tuvo la dicha, como cristiano, de recibir los auxilios espirituales. Asi murió, preparado para el largo viaje hacia la eternidad, donde Dios lo premiará por tanto amor al prójimo. Dr. Marino, Feliz Año en el cielo.
Publicado en Diario Católico el 11/01/2006
Marino Rivera Daza
Hay seres que nacen predestinados para regar con su mano a su paso por la vida las excelencias del bien. Fue uno de ellos el doctor Marino Rivera Daza que transitó el camino de los seres humanos ejercitando la bondad, la nobleza, la caridad, la obra concisa y sabia y los dones más preciados que ha encomendado el creador a la acción y palabra de los hombres. Los inmensos beneficios que él derramó por el camino de su existencia no se pueden medir con el cálculo común. Porque en la gran mayoría de los casos que se relacionaron con su proceder los hechos se pierden de vista. Muchos acontecimientos pasaron desapercibidos y hasta incomprendidos. Nadie en el Táchira es capaz de medir en su justa y extensa dimensión la obra humanitaria, caritativa, desprendida, dinámica y jamás cobrada en dinero del doctor Marino Rivera Daza. Esta actitud toma dimensiones extraordinarias en los tiempos actuales cuando en muchas partes del mundo se asiste a una desconsiderada mercantilización de la medicina. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que no hay un solo hogar en el Táchira al que Marino Rivera Daza no haya prodigado sin medida sus dádivas amabilísimas y reconfortantes. Estas fueron la atención y esmero para una feliz maternidad; el contribuir al rostro radiante de un niño iluminado de sonrisas; la afabilidad afectuosa y desinteresada por una parturienta cuyo marido no podía pagar la consulta o los honorarios del parto y el auxilio oportuno cuando éste se planteó en difíciles circunstancias de emergencia, de necesidad y de pobreza. Marino poseyó inmensas riquezas en su alma y siempre, comprensivo y humanitario, las distribuyó entre los menesterosos y desposeídos. Nunca ambicionó al pago -como meta primordial de su profesión por los servicios- así como cualquier retribución personal. Él hacía el bien sin mirar a quién. Fue un médico magnánimo, sencillo y pronto a llevar el lenitivo de la vida y del amor a quien estuviera depauperado, miserable y desamparado. El Todopoderoso tiene que estar retribuyéndole al uno por mil todas sus obras y acciones ofrecidas con desprendimiento y con sólo el alto ideal del amor al prójimo. Dudo que el Táchira haya retribuido con justicia el inmenso desprendimiento de sus actos. Fue médico gineco-obstetra y como tal cirujano, pediatra y puericultor. Fue pues, un alto ejemplar de la ciencia y la ilustración. Eso quiere decir que se portó como un sabio y un hombre ilustrado y que puso toda su sabiduría y toda su ilustración al servicio de su patria y de sus semejantes. Por ello fue declarado por
El Táchira ha perdido en el doctor Marino Rivera Daza a uno de sus grandes hombres. A la humanidad se le fue uno de sus más puros y eficientes representantes. Pero su nombre queda escrito en páginas de nuestra historia con letras de oro. Y la historia nunca se equivoca.
* Cronista de la ciudad de San Cristóbal, Secretario Perpetuo de
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